Insultos, amenazas, golpes, humillaciones… Yaki Delgado quiere patearte el culo
se une al grupo de novelas que retratan casos de violencia escolar.
Pero lo que Meg Medina cuenta es mucho más que una situación de acoso y
sus dramáticas consecuencias. La historia trata de cómo la protagonista
logra conocerse a sí misma, y además describe la vida en un instituto
multicultural de Estados Unidos.
“El primer día que llegué me quedé
parada con la bandeja, midiendo a la gente. Los chicos asiáticos estaban
agrupados en el medio. Los negros tenían unas cuantas mesas para ellos.
Distinguí la zona de los latinos a lo lejos, pero ninguno de ellos
estaba en mis clases.”
Piddy es una adolescente latina que
acaba de cambiar de barrio y de instituto y que sueña con ser
veterinaria. Lo peor que le puede pasar, según su madre, es ser
“chusma”, gente vulgar e ignorante. Sin embargo, el verdadero problema de Piddy es otro.
“Débiles. La debilidad significa que te mereces que te odien, que te mereces cualquier cosa que te pase.”
Piddy reparte la vida entre su barrio
anterior, donde conoce el amor y encuentra refugio con su tía Lila, y el
nuevo escenario, donde lucha con el miedo a Yaki y sus amigas y con la
indiferencia de vecinos y compañeros. Además, Piddy empieza a retrasarse
en los estudios, a alejarse de su amiga de siempre, y a reclamar la
verdad sobre un padre al que nunca conoció.
Un aroma latino envuelve la historia con
alusiones a músicas, bailes, telenovelas, costumbres, platos… Pero son
los personajes los que transmiten la esencia de la comunidad latina e
inmigrante que rodea a Piddy. Estos forman un grupo muy bien construido,
con sus luces, sus sombras y su poquito de ironía: la amiga estudiosa
que consiguió mudarse a un barrio mejor, la madre amargada por la
traición y el exceso de trabajo, la sexy y alegre tía, la dueña del
local donde Piddy trabaja por horas… Sin olvidar a Joey, “chusma”,
primer amor, y víctima de un padre borracho y maltratador. Todos tejen
con Piddy las experiencias que le ayudan a descubrir lo que ella quiere
ser.
La autora no ahorra detalles aunque sean
crudos. Pero la mirada de Piddy tiene un toque de humor que suaviza la
angustia de ciertos momentos, y la compasión está presente en muchas de
sus reacciones. Algunos diálogos dan pistas sobre las razones que llevan
al acosador a ser como es: un entorno desestructurado, violento, y
falto de recursos… El foco de desigualdades socioeconómicas que provoca
situaciones de violencia queda reflejado en la vida del instituto.
“Ella ni siquiera piensa que eres una
persona. (…) Eres alguien que se cruza en su camino. No es nada
personal. Así es como ha crecido. O pegas o te pegan”.
Piddy cree que la única amistad que le
queda es el miedo. Intenta combatirlo con su escritura, cuidando a los
gatitos, haciéndose la dura, peleando con su madre, transgrediendo las
normas, sin percatarse de que hay gente cerca que quiere ayudarla. No
está sola. Recibe apoyo de gente insospechada (¡y muy friki!) que le
ayudan a superar sus errores y a crecer.
“…crecer es como atravesar puertas de cristal que solo se abren hacia delante, puedes ver de donde vienes pero nunca volver atrás.”
Una historia realista necesita un final
realista y eso es lo que nos da la autora: los errores se pagan. Pero, a
diferencia de otros títulos que tratan este tema, también es un final
esperanzador para Piddy. Nuestra protagonista logra encontrar su propio
ritmo y recuperar la confianza en sí misma. No cederá ante la “chusma”,
aunque para ello tenga que correr.
Reseña aparecida en la revista El aLIJo nº1.
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